Francisco Ingouville es un mediador experto y autor del libro Del mismo lado (Mondadori, 2001). Ofrece una reflexión precisa sobre los peligros de crear una grieta en las relaciones sociales. Lo hace a través de su cuento “Dos chicos y una torta”. Esta alegoría es sencilla pero poderosa. Muestra cómo el enfrentamiento irracional puede hacer perder no solo el botín. También se pierden las oportunidades de creatividad y crecimiento compartido.
Este relato ilustra con precisión la polarización que surge cuando las diferencias ideológicas se vuelven insalvables. Esta división se alimenta de la desconfianza mutua. También se nutre de la falta de voluntad para escuchar al otro. Esto no solo deteriora las relaciones interpersonales. Además, paraliza el progreso colectivo.
Los expertos en todo el panorama político nos presentan el peligro de la polarización extrema. Dicen que amenaza con destruir los pilares fundamentales de la cooperación política. Esta situación está debilitando las democracias modernas. Sin embargo, la unanimidad sobre esta premisa merece ser cuestionada.
Un estudio de Pew Research Center revela una contradicción inquietante. La ciudadanía desea más disposición al compromiso por parte de los políticos. Sin embargo, cada grupo tiende a responsabilizar exclusivamente al adversario por la falta de consenso. En otras palabras, se clama por conciliación, pero solo bajo la capitulación del otro.

La historia de los dos chicos
El relato describe a dos niños. Tras recibir un pastel como pago por un trabajo, no logran ponerse de acuerdo sobre cómo dividirlo. Su hambre y deseo de justicia inmediata impiden una negociación objetiva, derivando en una disputa acalorada.
En ese punto interviene un vecino, quien se autoproclama juez imparcial. Con expresión profesional y en aparente equidad, parte el pastel en dos y empieza a mordisquear las porciones para equilibrarlas. Repite este proceso hasta que el pastel desaparezca por completo. Al final, los niños se quedan sin nada, aunque ninguno puede negar la “justicia” del tercero.
La moraleja es evidente: en el calor de la confrontación, cuando las partes se enfrascan en una disputa sin ceder. Tampoco negocian creativamente. Por ello, terceros interesados —como agentes autoritarios o intereses externos— pueden beneficiarse a costa de la pérdida colectiva.

La polarización y el diálogo: Sin grieta
Ingouville es un defensor del diálogo como herramienta esencial para la resolución de conflictos. Usa esta metáfora para ilustrar los riesgos de la polarización. Según su enfoque, los conflictos no residen solo en las diferencias de opiniones. También se originan en la falta de habilidades para abordarlas de manera constructiva.
La polarización no solo refuerza creencias preexistentes, sino que también impulsa a las personas hacia posiciones más extremas. Este fenómeno ha sido ampliamente documentado en estudios psicológicos. Las investigaciones incluyen el groupthink (pensamiento grupal) y la radicalización de opiniones dentro de grupos homogéneos.
Ingouville sugiere que el diálogo auténtico es una alternativa mucho más productiva que la confrontación. La mediación eficaz no se centra solo en repartir los recursos existentes. Permite imaginar soluciones creativas que “agrandan la torta”. Este enfoque requiere abandonar las posiciones rígidas para concentrarse en los intereses subyacentes de cada parte.

La justicia imparcial vs. la solución colaborativa
La historia de la torta ofrece una advertencia universal. Ceder la responsabilidad del diálogo a terceros autoritarios es peligroso. Aunque pueden ofrecer soluciones aparentemente imparciales, tienden a intervenir.
Esta intervención reduce las oportunidades de las partes para negociar de manera autónoma. También disminuyen la posibilidad de crear valor compartido. En lugar de aspirar solo a la equidad en la división, es mejor colaborar. La colaboración permite explorar maneras de expandir los beneficios para todos los involucrados.

Una lección para la democracia
En tiempos donde la polarización es omnipresente, el relato de Ingouville resalta una lección clave. La democracia no solo se fortalece por medio del voto. También se enriquece a través de la disposición al diálogo genuino y a la búsqueda de compromisos.
Los sistemas políticos saludables necesitan ciudadanos que participen activamente. En lugar de encerrarse en trincheras ideológicas, deben contribuir a la construcción de soluciones inclusivas.
La pregunta final que plantea Ingouville es contundente:
¿Queremos ser protagonistas de nuestras soluciones? ¿O preferimos delegarlas a quienes pueden consumir nuestras oportunidades en el proceso?
La respuesta a esta pregunta define no solo nuestras decisiones políticas, sino la calidad del tejido social que deseamos construir.
Sin grieta: Trabajar juntos
El cuento “Dos chicos y una torta” es sencillo, pero ofrece una poderosa metáfora. Habla sobre los peligros de la polarización y la necesidad de mediación constructiva. Francisco Ingouville nos invita a pensar en los costos de la confrontación rígida y el valor del diálogo creativo.
Frente a los retos políticos y sociales de hoy, su mensaje es más relevante que nunca. No basta con repartir lo que tenemos. Debemos aprender a trabajar juntos para crear más. Siempre debemos preservar nuestro derecho a dialogar y decidir.
La grieta fragmenta sociedades enteras en campos enfrentados. El diálogo se reemplaza por la confrontación. Las soluciones creativas dan paso a la intransigencia. En este contexto, se pierden oportunidades para construir acuerdos que beneficien a todos. Esto deja espacio para que terceros, muchas veces autoritarios o con intereses propios, capitalicen sobre el conflicto.
Por lo tanto, comprender la dinámica de esta grieta es esencial. Trabajar para cerrarla a través de la cooperación y la empatía fortalece los lazos sociales. Esto también ayuda a preservar la democracia.
[i] Del mismo lado, Francisco Ingouville, Ed. Mondadori bols. 1.ª Edición, 2001. 160 páginas.